Una
evaluación responde, por definición, a una serie de preguntas evaluativas, es
decir, preguntas sobre la calidad y el valor. Por ese motivo, las evaluaciones
son mucho más útiles y pertinentes que la mera medición de indicadores o los
resúmenes de observaciones y narraciones. Los responsables de las decisiones
recurren con frecuencia a ellas cuando tratan de dilucidar cómo pueden
aprovechar los puntos fuertes y hacer frente a los puntos débiles. Para ello,
no solo han de saber cuáles son esos puntos fuertes y débiles, sino también
cuáles son más importantes o graves y cuál es el nivel de desempeño del
programa o la política correspondiente.
Por
ejemplo, no basta con que conozcan la medida en que ha cambiado un determinado
resultado1 ; también deben conocer la calidad y el valor de dicho resultado.
Para responder a las preguntas evaluativas2 , hay que definir en primer lugar
qué significan los términos «calidad» y «valor»; posteriormente, deben
recogerse las pruebas pertinentes.
La
calidad se refiere al nivel de idoneidad de algo; el valor se refiere a su
idoneidad con respecto a una situación concreta y tiene en cuenta especialmente
los recursos que se destinaron a su producción y las necesidades a las que
supuestamente hizo frente. En necesario llevar a cabo un razonamiento
evaluativo que sintetice esos elementos con miras a formular respuestas
justificables (es decir, debidamente razonadas y basadas en pruebas) a las
preguntas evaluativas.
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